Santa Evita. Porque la historia también la tejen los muertos.
30 julio 2022
Miradas escénicas #1
El pasado 26 de julio, en el septuagésimo aniversario de la muerte de Eva Perón Duarte, se estrenó la serie Santa Evita (2022), protagonizada por Natalia Oreiro y dirigida por Rodrigo García Barcha y Alejandro Maci. Basada en la novela homónima, escrita por Tomás Eloy Martínez en 1995, la serie relata el intrincado y oscuro camino que atravesó el cadáver de Evita, luego de su muerte precoz en 1952 hasta llegar al panteón de los Duarte en el Cementerio de la Recoleta, más de veinte años después.
Este artículo no pretende, de ninguna forma, desarrollar una crítica cinematográfica. Es, más bien, una invitación a reflexionar. A veces mis ojos de historiadora no me permiten ver una película y ya. Es que el lenguaje audiovisual es una fuente inagotable de información que invita a adentrarse en un proceso del pasado y conocer, a su vez, las mentalidades y las construcciones de significados de la época en la cual la pieza fue realizada.
Y el caso de Evita no es uno fácil. Algunos historiadores la entienden como la mujer con mayor proyección política de Latinoamérica. Nació en 1919 en un contexto social modesto, en Junín, como hija ilegítima. Cuando conoció a Perón, en 1944, era una actriz de radioteatro, por lo que su interés político se gestó de la mano del General. Hasta su muerte en 1952 ocupó el rol de Primera Dama, pero trascendió la función tradicional de esta “institución”: se dedicó a ser la protectora de los descamisados, el puente entre Perón y los trabajadores, la presidenta de la Fundación Eva Perón, la líder del partido Peronista Femenino y, entre muchas condecoraciones, la Jefa Espiritual de la Nación Argentina. Eva parecía ser más que una mujer. No en vano, y tal como lo refleja la serie, el mayor miedo de los militares frente al cuerpo de Evita era que su presencia en el segundo piso de la CGT convirtiera al espacio en un lugar de culto y devoción, porque Evita tenía ese potencial sacralizador.
Sin dudas, el peronismo es uno de los más complejos procesos que me tocó estudiar en la carrera. La historiadora Carolina Cerrano (2015) lo definió como un movimiento misional y revolucionario basado en tres valores fundamentales: la justicia social, el intento de independencia económica y la soberanía política. En un contexto que tendía a la bipolaridad, Juan Domingo Perón se plantaba frente al mundo como una tercera posición: el Justicialismo. Durante su primera presidencia (1946-1952), compartió su liderazgo con Eva. Perón necesitó de Eva y Eva de Perón. Se convirtieron en los auténticos “padres” del país, en una dinámica de poder dual. Me inclino a pensar, como la historiadora Marysa Navarro, que Perón se dedicó a mantener el apoyo de quienes lo sustentaron para llegar al poder, lo que a veces significaba controlar la demanda de las clases trabajadoras; es aquí donde se explica el éxito de la dupla. Eva continuó la labor que Perón había comenzado como secretario de trabajo: escuchar las demandas y organizar los sindicatos, entre otros. Se apropió de la retórica más radical y subrayó sus creencias con pasión y furia. No es inusual encontrarse en sus discursos con frases como enemigos de la patria o la oligarquía vendepatria, que contrastaban con un Perón glorioso o un pueblo maravilloso. Su último discurso, en 1951 -al que hace referencia la serie-, termina con las siguientes palabras: «y si pudiera elegir entre todas las cosas de este mundo, elegiría la infinita gracia de morir por la causa de Perón, que es morir por ustedes (…) ¡la vida por Perón!».
Así, mientras que Perón actuaba desde la institucionalidad -porque una vez presidente había ciertas retóricas y prácticas que no tenían lugar- Evita, con su inmenso carisma, tenía libertad para actuar de un modo informal, para hacer y decir, respondiendo solo ante él. Voilà.
Sí bien es cierto que era una dinámica de poder dual, también lo es que esa dinámica no era horizontal. La superioridad del General nunca fue discutida y Eva lo dejó explícito en cada uno de sus discursos, en los que se posicionaba como detrás de él; sólo ante su muerte fue que el Congreso le otorgó el honor de ser la “Líder Espiritual de la Nación”. La investigadora argentina Mirta Antonelli (1995) cree que fue su origen como actriz -que en la primera mitad del siglo XX estaba cargada de prejuicios ligados a la prostitución- e hija ilegítima, ataron su identidad con el desvío social y ello le “permitió” ser Evita, una mujer que actuó sin precedentes.
Y todo esto la llevó a ser uno de los personajes políticos más analizados y ficcionalizados. Quizás Esther Goris, desde la pantalla o Nacha Guevara, en el teatro, sean quienes más contribuyeron a forjar su paradigma de representación. Pero no hay un solo modelo; sino que se ha abordado su excepcional figura desde diferentes discursos.
Karina Vázquez (2015) distingue, en primer lugar, el “mito blanco”, aquel en el que Eva resulta ser una madonna, una mujer totalmente entregada a la lucha a la justicia social. Sin duda la Evita encarnada por Natalia Oreiro sigue esta retórica, como la protectora de los pobres o la madre espiritual del pueblo argentino. Pero también ha estado presente el “mito negro”, aquellas evocaciones de Eva como manipuladora , en los que emergen, con fuerza, cuestiones eróticas. Ambos conviven con el hecho innegable de su capacidad política feroz, de esa mujer que podía sublevar a las masas. Incluso su propia imagen cambió a partir de su afianzamiento en el rol de liderazgo. Aquella Eva Duarte, actriz de radioteatro, que se convirtió en Primera Dama y usó icónicos vestidos Dior, empezó a dejarle el lugar a la Eva Perón del balcón de la Casa Rosada, con su traje sastre y su pelo rubio recogido en un moño impoluto.
Lo cierto es que lo que sucedió con su cuerpo tras su muerte acentúa la trascendencia de este personaje en vida. Santa Evita -con elementos verídicos y otros ficcionalizados- demuestra la magnitud que tienen las construcciones culturales en la sociedad. ¿Qué hacer con el cuerpo de una mujer como Eva? Esta pregunta reviste una relevancia política mucho mayor de lo que podría pensarse a priori. Perón quería crear el Monumento al Descamisado, una pieza conmemorativa que superara en tamaño a la Torre Eiffel. Luego, frente a la inminente muerte de Eva, se pensó como el lugar idóneo para sus restos. Una construcción de estas características enfatizaría, para el porvenir, la importancia de la ideología peronista. Significaría la concreción de un espacio arquitectónico casi faraónico en Buenos Aires, que simbólicamente reflejaría la centralidad de Evita en la sociedad. El arte siempre estuvo atado al recuerdo, a la conmemoración y al poder. Basta tan solo considerar la Columna de Trajano, los restos de Napoleón en Les Invalides o las pirámides en Egipto, para comprender que el arte es un vehículo privilegiado para la transmisión de significados. Pero el golpe de 1955 frustró el monumento y fue ahí donde empezó el periplo del cadáver de Eva Perón.
Una miniserie centrada en el tópico de la muerte, Santa Evita, y la odisea del cadáver de Eva Perón, nos permite reflexionar sobre el poder que puede tener un cuerpo inerte. Y la muerte deja mensajes. Porque la historia también la tejen los muertos.