
Samuel Flores desde otro lugar
07 octubre 2021
Para Flores, el arquitecto puede ser una suerte de demiurgo, capaz de descubrir lo mejor de la naturaleza y potenciarlo.
La muerte de Samuel Flores en 2017 dejó un sabor amargo. Por el vacío que produjo la desaparición de su persona pero también porque, a los 84 años de edad, aun era capaz de producir una arquitectura de tan alta poética y sentido crítico como la que proyectó siempre. El año 2017 fue, asimismo, tiempo de polémica en torno suyo. Una de sus mejores obras, la Casa Poseidón, en la Laguna del Diario en Punta del Este, estuvo al borde de ser demolida. Un proyecto edilicio sustitutivo se planteaba en el predio, con el inmediato rechazo de actores diversos de la cultura uruguaya, que se expresaron a través de distintos medios de comunicación. El hecho obligó a la Intendencia de Maldonado a intervenir y negociar un proyecto alternativo para evitar su demolición. Lo sucedido quizá sirva de estímulo para abordar integralmente su obra; también para producir un estudio que permita su mejor comprensión de conjunto, así como un plan de valoración y protección en términos patrimoniales.

Maqueta de vivienda Poseidón
Este artículo no busca centrarse en estos tópicos, sino en una línea de pensamiento que acompañó a Samuel Flores en buena parte de su vida: su reflexión acerca de la arquitectura y el ambiente, así como también en torno al espacio del ocio y la actividad turística, como preocupaciones constantes de su actividad profesional. No es, por tanto, su propia obra lo que invita a escribir estas líneas sino su pensamiento y sus modos de ver el territorio “arquitecturado”, junto al hombre que lo habita.
El paisaje como eje reflexivo
En un artículo escrito para la revista Elarqa fechado en marzo de 1985 nuestro arquitecto reflexionó sobre la relación del ambiente y el paisaje con la arquitectura: “cuando hablamos de paisaje y ambiente, estamos hablando de ordenamiento territorial, que cabe perfectamente dentro de nuestra disciplina, dentro de nuestra calidad de urbanistas”. Es interesante esta comprensión sistémica de partes integradas, que parece adelantar otro concepto que se hará muy sólido, un lustro más tarde, en una carta europea del patrimonio: el concepto de Paisaje Cultural. Si bien no es ese el término que utiliza, en cierta medida parece invocarlo al vincular actividades humanas con ideas e imágenes de territorio.
Su pensamiento se dirige, muy especialmente, hacia la actividad turística como fenómeno inherente a lo humano: el desplazamiento, la búsqueda de nuevos conocimientos, la interacción social y, por sobre todo, el interés por el ocio, una palabra cargada de malos significados durante largo tiempo. Derivado de la voz latina otium, este término se conectaba en la antigüedad romana, en forma directa con la idea de espacio arquitectónico, ya que identificaba aquel ámbito más recoleto e intimo de la vivienda, donde el pater realizaba actividades como la lectura o el reposo. El ocio debe entenderse, nos dice Flores, como “una acepción más profunda, ubicada dentro de nuestra sociedad, una actividad creativa y enriquecedora, generada por la libertad de disponer de tiempo libre para desarrollar al máximo las cualidades intrínsecas de cada uno de nosotros” Y para esto cita a Jean Laloup cuando afirma: “el ocio es por esencia moral, favorece en el ser humano su potencialidad activa y su libertad”.
Es interesante constatar el permanente vínculo de la vida de Samuel Flores con el ámbito turístico y las mismas manifestaciones o expresiones del ocio. Ya sea por los proyectos de arquitectura con programas vinculantes, la inserción de muchas de sus viviendas en relación a ámbitos balnearios como Punta del Este o Punta Ballena, o bien por la estructuración de ideas acerca de un mejor desarrollo de la actividad turística en el territorio de nuestro país.
En el proyecto y en la idea: ocio, turismo, ambiente, arquitectura.
Muy tempranamente, en 1967, proyectó el complejo conocido como Las Grutas de Punta Ballena, en el departamento de Maldonado. Dicha obra “contempla conceptos ambientales no contaminantes (…) sacándole partida al mejor uso del mismo”, nos dice Flores. Allí, en el interior de una oquedad natural, introduce actividades de ocio, incluyendo un ámbito gastronómico y un espacio para la actividad de baile. En el exterior, una piscina dialoga con la naturaleza a partir del agua salobre que se abastece del mar, aprovechando “la potencia de las mareas” para su llenado.

Complejo Turístico Las Grutas
Como vemos, para Flores el arquitecto puede ser una suerte de demiurgo, capaz de descubrir lo mejor de la naturaleza y potenciarla. La actividad turística puede y debe apelar a esta capacidad del hombre de calificar y enriquecer un sitio, aun cuando muchos discursos ambientalistas sean hoy refractarios de una posición como ésta, maximizando la no intervención de la naturaleza. Para Flores, en la medida que se establece una profunda comprensión y sensibilidad del lugar, la naturaleza puede y debe ser potenciada por la intervención humana. Cuando esto se produce, el Estado debe participar activamente, desde dos dimensiones: “en calidad de nación, como promotor hacia sus tierras” y como parte fundamental del país, “controlando el fenómeno turístico y su medio ambiente, que es la base de su riqueza”. En cierta medida, Flores veía al proyecto de Las Grutas como un ejemplo de avanzada en la relación del Estado con la iniciativa privada, tomando de esta “su esfuerzo, su inversión y su técnica para lograrla”.
En relación a sus proyectos de vivienda –la mayoría de su producción gira en torno al programa residencial- el lugar del descanso, de las interacciones familiares y de la “ociosa” apreciación del paisaje próximo constituyen ejes fundamentales en sus búsquedas proyectuales. A esto debemos sumar de qué manera la obra se inscribe en el sitio. No se trata, casi nunca, de una mimetización formal a pesar de su organicidad general. Para Flores, la obra arquitectónica pone en valor un sitio cuando se carga de una inteligente personalidad, en el que juega un papel fundamental la organización de sus volúmenes, la fuerza del tratamiento material y la generación de espacios intermediadores entre el adentro y el afuera.

Vivienda en Punta Ballena
En general, han sido muy variadas las respuestas dadas en sus proyectos, en función de la naturaleza próxima; sin embargo, sus obras siempre destacan -con inteligente desborde y mesura, al mismo tiempo- dentro del contexto, sin bastardearlo o contaminarlo. Es casi una constante que las obras de Samuel Flores cargan de sentido al lugar, resignificándolo, aportándole una perspectiva nueva y valiosa. Es este un enorme esfuerzo de comunión entre arquitectura, sitio y paisaje.
Pero la reflexión acerca de las actividades de ocio y turismo no se agotan en el corpus proyectual. También ha señalado Samuel Flores, en distintos reportajes y escritos, la necesidad de pensar la lógica y la potencialidad turística desde el territorio de nuestro país. Me refiero a sus ideas, a su mirada de macro-escala, que abandona las particularidades del sitio para reflexionar sobre un marco mucho más amplio, nacional y regional. En este sentido, Flores explicitó una teoría, la Teoría de los Polos, en relación al ordenamiento territorial y turístico de nuestro país. La necesidad de expandir la actividad turística –no sólo por la conveniencia de un mayor y más adecuado crecimiento económico de distintas partes del territorio sino como forma de mitigar los excesos de concentración y desborde desarrollista en territorios de gran valor que empezaban a estar profundamente afectados- se plantea desde un enfoque racional, que tenga en cuenta no solo los recursos nacionales sino la concentración del mercado turístico regional.
Flores nos habla entonces de un polo oceánico en Punta del Este, de un polo de mar en Colonia del Sacramento y un baricentro de equilibrio que vincula a ambos en Montevideo, entendida esta ciudad como plaza turística tradicional, con servicios regionales y continentales. Otro gran polo para nuestro arquitecto es el termal, al que deben sumarse, nos dice, “las areas mediterráneas del Uruguay, en cuyo centro se sitúan los lagos del Río Negro que no están siendo aprovechados turísticamente”. De esta manera y con el mejor desarrollo de los polos más débiles, Samuel Flores se planteaba un aumento de la estacionalidad turística, viendo en determinadas zonas del país un potencial excepcional.
En relación a Colonia decía textualmente: “…hoy el departamento tiene solamente (…) desarrollada la propia ciudad de Colonia del Sacramento, un área menor en Carmelo, algo en el arroyo de San Juan (…) y una intervención espontánea, tradicional, en el llamado Riachuelo. Eso es todo lo que posee Colonia como área receptora; no es mucho”. Si bien esta reflexión tiene ya más de 20 años y Colonia ha cambiado muchísimo, es cierto que todavía es necesario potenciar un territorio más amplio, desconcentrar en términos turísticos su lugar histórico -emblema de la humanidad- involucrando a otro centro fundamental que es Fray Bentos, integrante, desde hace dos años –al igual que Colonia-, de la Lista de Patrimonio de UNESCO.
Por lo tanto, una parte importante de la reflexión de Samuel Flores en torno al fenómeno turístico mantiene hoy fuerte vigencia. Un turismo que él asumió como factor ineludible y contemporáneo, “entendido como ciencia nueva, con alcances culturales, sociales y económicos”. Un fenómeno que implica un abordaje serio, continuo y organizado, porque el turismo contiene también un lado oscuro, dramático, en asociación con el consumo indiscriminado. En este sentido, ante la ausencia de organización es capaz de materializar “un gran daño para nuestro ambiente, la comunidad y la calidad de vida”.
Para terminar, importa ver en este enfoque -como en un Jano bifronte- que el turismo es al mismo tiempo valor y riesgo. Un riesgo que no debe conducir a renegar de él, sino al contrario, a aprovecharlo y a conducirlo para que los resultados de su desarrollo sean los mejores. Samuel Flores nos dejó un día -más exactamente un 27 de noviembre del 2017-, pero nos quedaron sus obras y también sus ideas.
