Arroyo 3

Melancolía y Metafísica

13 agosto 2021

Entre los años de 1910 y 1950 podemos descubrir una producción que manifiesta un estado de inquietud acompañado por una atmósfera extraña. Ciertos rasgos recurrentes como lo crepuscular, el silencio, la proyección de largas sombras, la idea del vacío, el sentimiento de soledad, constituyen emisiones de la obra que irremediablemente afectan al observador.

Hay tiempos de la producción artística que están marcados por una inquietante extrañeza. El mundo de los modernos, y con esto me refiero a la larga sucesión de siglo que van desde el renacimiento hasta hoy, ha conocido distintos momentos donde el estado de melancolía se hace presente en el arte a través de particulares modalidades de representación, fundamentalmente, de búsquedas atmosféricas que evocan lo melancólico.

 

Melancolía y modernidad no son términos irreconciliables. Tampoco son irreconciliables el sentimiento melancólico por la búsqueda metafísica: la pintura del italiano Giorgio De Chirico es una buena muestra de qué es posible tener una verdadera urdimbre, un claro enlace, entre las tres palabras modernidad melancolía y metafísica.

 

Entre los años de 1910 y 1950, o sea la primera mitad del siglo XX, podemos descubrir una producción en la pintura fundamentalmente, pero también una fotografía y arquitectura, que manifiestan un estado de inquietud acompañado por una atmósfera extraña. Ciertos rasgos recurrentes como lo crepuscular, el silencio, la proyección de largas sombras, la idea del vacío, el sentimiento de soledad, constituyen emisiones de la obra que irremediablemente afectan al observador.

 

Hay en ellas una conjunción de estados, donde por un lado algo se expresa luminoso, y por otro hay un impulso creativo que mueve a la obra y a su creador. Los antiguos griegos y fundamentalmente Aristóteles – en un texto suyo conocido como el «Problema 30» – desarrollaron esta fuerte relación entre el humor melancólico y la capacidad potencial de producir obra artística.

 

The Red Tower By Giorgio De Chirico

La Torre Roja, De Chirico

Es interesante comprobar que autores como el ya nombrado De Chirico (u otros italianos como Mario Sironi) harán expresa alusión a la melancolía a través de los nombres asignados a sus obras y, por supuesto, también en las atmósferas de lo representado. Eduardo Hopper, en la pintura norteamericana, acompaña esa búsqueda de silencios y soledades, al tiempo que construye un definido discurso moderno.

 

 

Nightwalks. E. Hopper

Nightwalks, E. Hopper

 

 

Años más tarde, algo de esto nos llegará a través del cine, en sus magníficas obras Alfred Hitchcock. Pero debemos recordar, Primero y antes que nada, que gran parte de estas obras pictóricas, así como muchas propuestas de arquitectura de fuerte sentimiento melancólico, se inscriben en el marco trágico de las dos guerras mundiales. Un escenario bélico que es el de la civilizada Europa y el de las mayores posibilidades científicas, tecnológicas, artísticas y humanísticas, que se encontraban destruidas y reducidas al marco del ominoso.

 

 

Ese es el lugar de la destrucción que promueve la melancolía, al tiempo que impulsa una nueva metafísica que es precisamente acto creativo, fundado en una nueva manera de ver y ordenar lo representado. La recontextualización de los objetos en el plano pictórico es su resultado en este sentido. Se trata de un arte que busca reconstruir la imagen reconociendo una suerte de daño de la memoria y posicionar los objetos plásticos en una relación alternativa a la que exigía la perspectiva renacentista. De ahí que identifiquemos perspectivas invertidas, anamorfosis, objetos en espacios absolutamente extraños a ellos.

 

Algo de todo esto pasó por las orillas del Plata, aún cuando la experiencia plástica pudiese ser muy diferente. Hay extremos silencios en la obra de Alfredo Simone, espacios con escasa presencia humana en muchos cuentos de Filiberto Hernández, una vocación crepuscular en ciertas pinturas de Oscar García Reino.

 

En todos los casos se trata de un tiempo liminar de la historia como lo es el fin de la Segunda Guerra Mundial.

 

La ciudad es un eje fundamental para ordenar esa compleja relación entre melancolía y modernidad. La arquitectura – arquitectura urbana, arquitectura edilicia, arquitectura interior, arquitectura del espacio pictórico – es siempre objeto de un orden nuevo, para usar un término propio de los artistas italianos, de una nueva «metafísica». Hacia la segunda mitad del siglo XX, las angustias individuales y colectivas no serán ajenas a un contexto nuevo marcado por las incertidumbres propias de la Guerra Fría y de una posible conflagración final. Muchos autores producirán en ese marco inquietante y recogerán la experiencia y las búsquedas propias. Uno de ellos es Mario Arroyo.

 

 

Escrito por:
William Rey Ashfield
William Rey Ashfield