
“La tecnología no te permite estar en la vida”
25 junio 2022
Entrevista con Damián González Bertolino
Es alto, de pelo alborotado y sonrisa amable. Parece una persona abierta al mundo. Damián González Bertolino (Punta del Este, 1980) es uruguayo, es escritor y se crio en el Kennedy, el barrio obrero de Punta del Este, donde continúa viviendo y fundó una biblioteca barrial en la que cualquier persona puede pedir libros prestados. Pasó su infancia pendulando entre dos ambientes radicalmente opuestos: su barrio y el Club de Golf, donde trabajaba como alcanza pelotas y acomodador de autos.
A principio de 2017 González fue distinguido como uno de los 39 mejores escritores de ficción menores de 40 años en América Latina en la lista Bogotá 39-2017 del Hay Festival, junto con su coterráneo Valentín Trujillo. La selección destaca la buena literatura, resaltando el talento y la diversidad de la producción. Esto fue un gran espaldarazo para el autor de El increíble Springer (Gran Premio del XVI Premio Nacional de Narrativa Narradores de la Banda Oriental) que ahora proyecta editar por primera vez en España. Publicó además los libros de relatos Los alienados (2009), Standard (2012), la selección de apuntes personales “A quién le cantan las sirenas” (2013) y las novelas El Fondo (2013) y Los trabajos del amor (2015). Desde 2002 es profesor de Literatura en liceos de Maldonado.
¿Cómo creés que influyó en tu vida crecer en dos ambientes sociales tan distintos?
De chico siempre tuve cierta incomodidad de que me forzaran a hacer cosas, como a mucha gente le debe pasar. Me daba cuenta de que manipulaba el lenguaje para zafar de determinadas situaciones y que no me manipularan a mí, al mismo tiempo. Encontraba un gusto en eso, que no necesariamente era mentir sino responder de manera evasiva.
¿Qué recuerdos tenés de tu trabajo en el Club de Golf?
Ahí me di cuenta de lo importante que es saber hablar, utilizar las palabras en determinado contexto. Tuve una conciencia temprana de eso: me di cuenta de que me daba poder, para que me respetaran, por ejemplo. Cuando yo cuidaba coches, con los socios del club, me decía a mí mismo: “Tengo que hablar con mucha educación”, entonces los tipos quedaban impresionados. Porque veían que habías salido como de abajo de la tierra, con la mugre y todo, y te hablaban de cualquier manera. En la pubertad, me di cuenta de que cómo colocaba las palabras dentro de una frase alteraba la respuesta de los otros. “Puedes hacerte el tonto con una oración” dijo Peter Handke, es una frase que me gusta mucho. Con una oración podés nombrar todos los objetos, entonces todo el mundo te pertenece.
De eso se trata un poco la hermosa novela El orden alfabético del español Juan José Millás, en la que un niño en cama por una enfermedad pasa a un universo paralelo en el que se pierden las palabras.
Me interesa el tema. De hecho estoy escribiendo un libro que se llama El origen de las palabras. Es una autobiografía que empecé a escribir hace dos años. Las personas se acuerdan del momento en que escucharon una palabra por primera vez y me gusta ver lo que pasa ahí. Puede ser una palabra que dijo nuestro padre o nuestra madre o un vecino. Luego la escuchás y una parte tuya viaja al momento de la primera vez. Hay unas 25 palabras que persisten de una forma muy tenaz cuando las oigo, con un componente afectivo fuerte. Tiene algo ensayístico sobre el fenómeno del lenguaje.
¿Estás escribiendo ficción también?
Ahora corté con ese libro para escribir una novela que tengo casi terminada: Herodes. Tengo ganas de editarla fuera de Uruguay, en España. El estar en la lista de Bogotá 39 abrió una posibilidad. El festival se ha replicado en varios países y con Trujillo vamos a ir a Cartagena de Indias. Intenta recuperar esa voz del intelectual que está perdida en la sociedad. Hasta hace 100 años estaba en el ágora, en la consideración popular, cuando vino García Lorca a Uruguay llenó un teatro entero, estaba hasta el presidente, era algo beatelmaníaco, una cosa increíble. Cuando Dickens fue a Estados Unidos, la gente dormía afuera bajo la niebla para poder entrar.
¿Qué considerás que pasa hoy con la figura del intelectual?
Quedó desplazada porque el mundo cambió, se sumaron tecnologías y el intelectual quedó un poco fuera de esos canales, con lo que pasa con las redes sociales. Hay un ensayo de Gore Vidal en el libro Navegación a la vista, en el que analiza por qué los intelectuales en EE. UU. tenían peso hasta la primera mitad del siglo XX y por qué empezó a decaer ese fenómeno. Creo que intenta recuperar esto del intelectual que se pone a opinar sobre la presidencia de Trump, por ejemplo.
¿Habrá algo relacionado con que la fragmentación y dispersión mental que implica la tecnología choca contra el trabajo intelectual profundo, que requiere tiempo y concentración?
Tiene otro tempo también, evidentemente. La tecnología no te permite estar en la vida, acceder a las cosas más profundas de la existencia, desde leer una muy buena novela o un libro de poemas hasta una charla con alguien. Recuerdo que miraba mucha tele cuando era adolescente, un día se rompió y no había plata para arreglarla. Estuvimos casi cinco meses sin tele y cuando se arregló no quería ni verla, porque me acordaba de todo lo que hacía y leía. ¡Pah! Todo lo que yo le estaba dando a esto.
¿Actualmente cómo te llevás con la tecnología?
Me harté de Facebook, solo tengo una página para mi trabajo, cosas relacionadas con mis libros. Me cansaron esas discusiones inconducentes y vi mucha hipocresía en la gente. Tampoco me gustan las computadoras. Escribo a mano. Lo último que hago es pasarlo a la computadora. Me pone mal: el cursor titilando, como esperando algo. Escribir tiene una sensualidad tremenda: el trazo, el borrón, cuando tachás algo. Ahora que estoy terminando la novela, miro para atrás y puedo ver la genealogía, la sangre de lo que estuve haciendo. En la computadora borraste y no hay vuelta. Aparte las computadoras siempre te dejan tirado. Nunca funcionan cuando lo precisás. Ya me ha pasado de perder un capítulo porque se cortó la luz. Tengo muchos cuadernos de cosas diferentes en mi casa y me gusta verlos: es la prueba física de todo el tiempo que estuve escribiendo.
Entonces estás muy peleado con la tecnología.
No tanto: uso celular, también alguna aplicación que me gusta, como Spotify. Le tengo terror a todo lo que me ata y me separa de lo que tengo que hacer o donde tengo que estar. Prefiero conversar cara a cara con un amigo, o con mi novia.
¿De qué se trata Herodes?
Es bastante diferente a lo todo lo que he escrito. Puede tener un punto de contacto con el segundo relato de Springer, pero es totalmente diferente. Es la historia de un argentino millonario que sufre una desgracia familiar, enviuda y corta con su vida para establecerse en una casona en Punta del Este, algo que he visto en la zona. Es bastante experimental porque no hay consecución evidente entre los capítulos, es bastante morosoliano. Narra la vida de ellos: él tratando de criar a su hija en medio del dolor. No pasa mucho y pasa de todo. La historia tiene un tono gótico por la forma de procesar las experiencias y de verse a sí mismo.
¿En qué consiste la iniciativa de biblioteca barrial que abriste en el Kennedy?
De niño siempre tuve el deseo de tener libros pero no tenía plata para comprarlos. Me fascinaba ir a bibliotecas pero mis padres no sabían mucho cómo era el tema. Ellos tenían un bar y lo atendían. Eran de esa clase de uruguayos que respetan mucho la educación y consideran que realmente te lleva a la movilidad social. Pero en casa no había libros. Ahora yo no solo tengo libros sino que además voy a librerías, tengo gente conocida que escribe y pensé en usar eso a favor del barrio. Empecé a pedir libros a mis amigos y saqué la mesa de la cocina de casa a la calle. Comencé con 60 libros y un pizarrón con los horarios. Al principio la gente lo rechazó por desconfianza. Hoy, casi tres años después, hay un local propio que es el garaje de casa que refaccionamos con unos vecinos y tenemos 2.000 libros.
¿Qué te aportó la biblioteca?
Felicidad. Soy muy feliz de ver cómo los niños se llevan los libros y pasan un buen rato, en un barrio donde la gente la pasa re mal. Hay gente que vive con mucha precariedad, con violencia, con griteríos, sin silencio y descubre en medio de esa realidad que se fascina con los libros. Cuando estamos nosotros sacamos unos sillones al sol y leen ahí. Me conmueve verlo, disfruto mucho estar ahí y recomendar alguna lectura. El otro día le recomendé a un vecino Una historia sencilla de Leila Guerriero, y le gustó mucho.
Intentás no ser condescendiente con el tipo de libro que recomendás para no subestimar al lector.
Sí. Me gusta hacer que la gente descubra cosas, ser el mediador, como profesor de Literatura también. El otro día a un adolescente le di Daisy Miller de Henri James, a ver qué pasaba. “Profe, me encantó esa novela”, me dijo. ¿Cómo no vas a ser feliz?