Destinos remotos
27 abril 2022
La magia de los viajes
Viajar es, a menudo, una excusa. Visitar familiares, registrar fenómenos y paisajes naturales, arquitecturas de otros tiempos. Todo con el impulso siempre latente de la curiosidad, del conocimiento y de lo desconocido, de volver y narrar lo visto. Del lugar visitado y de uno mismo. Viajar es, a menudo, moverse. Pero también es quedarse quieto. Estar en un lugar.
Manuel Mendoza viajó a Reine, un pueblito de Lofoten, un archipiélago de islas en los fiordos noruegos, en el circulo polar ártico. Fue a visitar a su padre, el médico de la comunidad donde viven unas 300 personas: «Cada vez se fue yendo más al norte, hasta que llegó ahí. Mi viejo es un tipo al que le gusta mucho la naturaleza, y la oportunidad laboral era buena. Me habló del lugar, busqué algo y me pareció increíble».
Llegar hasta Lofoten no es tan fácil. Hay que volar hasta Bodø, unos 1200 km al norte de Oslo, para luego subirse a una avioneta hasta Lofoten. También se puede acceder por ferry, pero eso es si el clima lo permite. Después hay unos puentes, muy blancos, muy estilizados, que se pierden entre la niebla y unen las islas, cercadas por gigantes muros de piedra.
Esta zona de Noruega es una de las mejores de la tierra para ver las auroras boreales. Manuel organizó su viaje en el mes de Octubre para coincidir con la época en que puede ser vistas (de Setiembre a Marzo). De mediados de Junio a fines de Agosto no existe la noche, el Sol no baja, se queda ahí, moviéndose de este a oeste. El Sol de medianoche le llaman. Cuando Manuel fue había unas tres o cuatro horas de oscuridad. En ese lapso, si el clima lo permitía, debía captar lo que fue a buscar.
La aurora boreal es un fenómeno que se produce cuando las partículas cargadas por el Sol chocan contra la atmósfera de la Tierra y el campo magnético las dirige hacia los polos. Su color depende de los átomos de los que estén compuestas esas partículas, las que se ven de color verde se debe a que predominan los átomos de oxígeno. Manuel afirma que las auroras se ven tal como están en las fotos, igual: «Es como una brisa que brilla y va cambiando de colores. Se mueve, es como un río de luz. Viene como en ráfagas». El viajero debe tener suerte y contar con cielos despejados, a Manuel le tocaron dos de 15 días que estuvo en este remoto lugar.
«Lo que más me impactó, más allá de la aurora boreal y que yo había ido en búsqueda de eso, fue el paisaje, es abrumador, avasallante. Nunca había visto algo así, cada rincón, cada curva en la ruta era descubrir un lugar increíble”.
La luz es la materia prima de la fotografía, cualquier fotógrafo aprecia y se maravilla con cualquier lugar o ambiente que tenga una luz particular, generadora de ambiente. Y desea poder tener su cámara para registrarlo. Lofoten cumplía con esas características: «La luz ahí es única. Al ser tan bajo el ángulo donde se encuentra el sol, que nunca llega a subir mucho, sumado a que siempre está un poco nublado, la luz se cuela entre las montañas y genera grandes contrastes que cambian todo el tiempo», dice Manuel.
Manuel nació en Estocolmo, adonde sus padres emigraron durante la dictadura uruguaya, y vivió ahí hasta entrada su adolescencia. «Cada tanto me viene la locura por ir al norte, tengo necesidad de ir. A veces voy y no hago nada, me quedo ahí. Me siento como en casa». También, en cierto sentido, fue un viaje a sus tierras.
El archipiélago de Lofoten vive principalmente de la producción pesquera, un gran porcentaje del bacalao del mundo viene de esta zona. En la isla se pueden encontrar estructuras de madera de donde cuelgan, los dejan ahí a la intemperie, bajo el hostil clima, de diciembre a junio, para venderlo luego, en toneladas, disecado.
En los últimos años el turismo ha aumentado por el interés en practicar el senderismo entre las montañas y la fotografía de naturaleza, organizada por empresas que conjugan el interés por la imagen y que facilitan el acceso y conocimiento de zonas no muy exploradas. Por más extraño que parezca, Lofoten se ha convertido en un punto de encuentro para surfistas de la zona y aquellos de más lejos que desean contar que corrieron olas por arriba del la línea imaginaria del círculo polar ártico.
Manuel no solo se destaca registrando momentos con su cámara de fotos, dentro del ámbito fotográfico también es conocido por sus habilidades en la cocina. Incluso tiene un restaurante. Cuenta que la cocina noruega es bastante sencilla, al igual que su gente y que en Reine se come mucho pescado, claro, y cordero. El plato típico de esa zona es una suerte de ensopado de cordero y repollo hervido durante 5 horas, en capas, «exquisito» confiesa. El bacalao, llamado skrei en la zona, también se prepara en salsas, frito, al horno o al sartén.
En las fotos que tomó durante el viaje casi no se ven personas, el pueblo aparece casi vacío, la naturaleza parece casi inalterada, los colores de las casas se mezclan y funden con los del otoño, los caminos con las imponentes paredes de piedra, y el agua refleja mucho cielo, despejado y celeste, o despejado y cubierto de estrellas y de vientos verdes, o nublado y cubierto de niebla. Siempre el mismo, siempre cambiante.
Es un tipo de fotografía a la que Manuel no está del todo acostumbrado pero que parece sentarle muy bien. Contrario a lo que siempre ha sacado, trabajando principalmente para revistas de alto contenido visual y agencias de comunicación, donde la presencia humana es una constante.
La fotografía de paisajes suele ser engañosa, parece fácil, pero lograr una buena foto que se destaque no lo es tanto. En las fotos que tomó Manuel de Lofoten se percibe una meditada composición, una selección de los colores y tonos que se alinean para lograr imbuirse en el ambiente. “La soledad predomina, el paisaje abruma y lo importante no está en las personas, sino en la naturaleza”, dice Manuel. “Es un tipo de fotografía que no suelo hacer. Me lo tomé como un trabajo, estaba todo el día con la cámara. Me despertaba a las 4-5 de la mañana para salir a sacar fotos. Fui buscando fotos. Encontraba un buen lugar y me quedaba esperando a que hubiera una buena luz. La foto del pueblo que se ve reflejado en el agua es a las 4 de la mañana. Amanecía a las 2 am”.
Viajar es, a menudo, conocer muchos lugares. Monumentos, arquitecturas, calles, bares, comidas y museos, ciudades donde sucedieron grandes eventos. Pero también es conocer un solo lugar, o quizás, en el mejor de los casos, conocerse a uno mismo un poco más. Descubrirse.