
Cuando el reloj biológico marca nuestro rendimiento
23 julio 2022
Entre búhos y alondras
Los búhos son aves rapaces nocturnas con plumas alzadas que parecen orejas y pueden girar la cabeza 270 grados. Las alondras son aves terrestres, de plumaje llamativo que emiten cantos complejos e inician su actividad diaria con la primera claridad del día. En temas de sueño, algunos humanos son “búhos” y otros son “alondras”.
Los momentos de sueño y el pico de actividad de una persona no siempre dependen de la voluntad propia o de qué tan agitado estuvo el día. Hay un reloj biológico, establecido en parte por nuestros genes, que domina nuestra actividad cerebral y establece si nos sentimos mejor empezando tempranito el día o si precisaríamos que la mañana comience más tarde. Ese mismo mecanismo intrínseco del cuerpo es el que manda cuando después de la cena se nos cierran los ojos y sentimos cómo la cama nos llama, o cuando nos encanta disfrutar de la tranquilidad de la noche y nos quedamos ocupándonos en distintas tareas hasta conciliar el sueño entrada la madrugada.
Las biólogas Ana Silva y Bettina Tassino, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, vienen estudiando este complejo mecanismo en el que influyen varios factores. Sus conclusiones podrían ser la solución para muchos trastornos de la vida diaria que pueden afectar nuestro rendimiento, ya sea estudiantil o laboral. Y echan luz a la eterna discusión entre adolescentes y padres sobre la hora de apagar la luz para ir a dormir. Pues, según su estudio, los jóvenes uruguayos son los más nocturnos del mundo.
Conectados a la Tierra
Dado el reloj de nuestro organismo que funciona en clave de 24 horas, haciendo que muchas de nuestras actividades tengan ciclos de ese lapso, Silva y Tassino se pusieron a investigar cómo el ambiente físico y social lo tironean y modifican. Primero lo estudiaron en peces autóctonos y luego en humanos. “Todos, desde las bacterias, las moscas de la fruta, los peces y los seres humanos, tenemos incorporada una especie de maquinaria genética que nos ha permitido sobrevivir en este planeta en el que el día y la noche son cosas inexorables. Esa maquinaria lo que permite es justamente anticipar lo que sabemos que va a pasar”, explica Tassino.
Las variables más notables que regulan ese reloj son día-noche, luz-oscuridad que marcan el ciclo sueño-vigilia. Otras, algo más ocultas, son la actividad cardiovascular, la frecuencia cardíaca, las enzimas digestivas y la temperatura corporal. Aunque levemente, la temperatura del cuerpo varía dentro de las 24 horas. Tenemos un mínimo alrededor de las 4 a.m., por eso nos da frío en la madrugada y nos tapamos, y un máximo a eso de las 7 p.m., la hora en que a los niños les sube la fiebre. La mensajera que armoniza todo esto es la melatonina, la hormona de la noche. La luz inhibe su aparición, y por eso la luz (y su opuesto, la oscuridad) es la señal por excelencia que regula los ritmos circadianos que marcan el pulso de la vida.
Esto demuestra que, aunque por momentos nos creamos muy evolucionados, seguimos siendo integrantes del reino animal, completamente unido al planeta. Entonces, ¿por qué estamos tan despegados de los mandatos de la Tierra y desconocemos estos ritmos de nuestro organismo? Las biólogas no tienen una respuesta, pero encuentran una relación con varios trastornos que vivimos en estos tiempos. “Este reloj es ancestral y está asociado a que somos de la Tierra. Por otro lado, hace relativamente poco tiempo nuestras señales lumínicas han cambiado radicalmente porque vivimos en una sociedad urbanizada en la que la luz del día y la oscuridad de la noche se desdibujan por la luz eléctrica, con todas las ventajas que eso tiene. Pero, además, durante el día no estamos expuestos a la intensidad de luz exterior; hemos creado un ambiente lumínico aplanado, en el que es lo mismo el día que la noche. Entonces, perdimos esa conexión tan originaria con las claves tan poderosas del planeta que son la luz y la oscuridad. Inclusive, nos desconectamos también de la temperatura, porque tenemos aire acondicionado. Modificamos el ambiente directamente y eso nos ha hecho pensar que esas cosas no nos influyen”, dice Tassino.
Vivir en un jet lag social
El primer desajuste de estos ciclos que llamó la atención y fue considerado como una evidencia de una desincronización del reloj, fueron los viajes aéreos y el famoso jet lag. Tal es así que esa palabra, sin traducción al español, se utiliza como un término cronobiológico para describir situaciones que pueden ocurrir sin que uno viaje, por ejemplo, en los jóvenes, cuyas sus preferencias circadianas suelen ser más vespertinas pero que, sin embargo, deben cumplir con sus actividades curriculares en la mañana. A ese conflicto se le llama jet lag social.
Según Tassino, “no todos tenemos la misma preferencia por estar activos en el mismo momento del día. La combinación genética de cada persona hace que algunas estén predispuestas a que su actividad sea más tardía y, por lo tanto, se vayan a dormir más tarde (a esos los llamamos vespertinos o ‘búhos’), y que otras personas sean más matutinas, empiecen a estar activas muy temprano en el día (a esas las llamamos ‘alondras’). La mayoría estamos en el medio de esos dos extremos”.
Las científicas explican que, a los adolescentes, el desajuste hormonal (que es parte de su desarrollo puberal) los hace tender a la vespertinidad. “Creo que somos un poco más tolerantes con los adolescentes cuando sabemos esto de que no es que no quieran dormirse temprano, es que realmente no están pudiendo dormirse temprano y, aun así, les estamos imponiendo actividades recién comenzada la mañana, y eso genera un jet lag social, porque es un desfasaje crónico. No es el desfasaje de un día que viajamos, es el desfasaje de todos los días”, explica Silva.
En este desajuste las pantallas de celulares, tabletas, computadoras y televisores tienen algo que ver. Como la melatonina es la hormona que induce el sueño y se inhibe por la luz, las pantallas, que en general tienen luz led (muy similar a la del día), distorsionan el mecanismo. El reloj piensa que estamos de día, la melatonina se inhibe, y por lo tanto no viene el sueño.
Medida de sueño
Las preferencias circadianas o cronotipos se pueden medir de acuerdo a en qué momento se ubica el sueño, independientemente de la cantidad de horas. A través de un cuestionario (cuyas respuestas son valores intuitivos no exactos) se pregunta: en un día libre, con total libertad y sin ninguna exigencia ni condicionante, usted, ¿a qué hora se acostaría y a qué hora se levantaría? Si la respuesta fuera a las 12 y a las 7, el punto medio del sueño de esa persona daría a las 3.30 o sea 3,5. Otra persona a la que le gusta irse a dormir a las 2 y levantarse a las 10, su punto medio del sueño son las 6 a.m. Tanto 6 como 3,5 son valores que indican cuán vespertina o matutina es la persona. En Uruguay se llegó a promedios de 7 entre adolescentes. “Esto quiere decir que si una persona duerme ocho horas con un punto medio de 7 es que está durmiendo de 3 de la mañana a 11. Y eso es sumamente tardío con respecto a lo que se ha reportado en el mundo”, explica Silva.
Al momento de inestabilidad hormonal que se vive en la adolescencia, se suman costumbres de entretenimiento y hábitos culturales (como cenar o salir a bailar) muy tardíos respecto a otros países. “Con este estudio demostramos que tenemos los reportes en vespertinidad en jóvenes más altos publicados en el mundo. Pudimos cuantificar y nos dieron promedios que la primera vez no nos creyeron cuando los publicamos”, asegura Silva.
Más allá de los inconvenientes de levantarse tarde o de luchar contra el despertador, esa desincronización tiene otras consecuencias. En el estudio con liceales que llevaron adelante Tassino y Silva aprovechó el sistema de turnos que tiene la enseñanza secundaria pública en Uruguay para ver el rendimiento académico de los estudiantes según sus preferencias circadianas y el horario en que asisten a clase, pues hay un preconcepto de que a las “alondras” les va mejor. Después de analizar dos poblaciones iguales en nivel socioeconómico, edad, género y desempeño, unos que entraban a las 7.30 a.m. y los otros a las 11.30 a.m., los resultados mostraron que a los “búhos” solo les va peor en el primer turno, pero si asisten más tarde no. Esto quiere decir que ambos rinden igual; lo que sucede es que en la tarde el cronotipo no está influyendo en el desempeño de los “búhos” como sí lo hace en la mañana. “Lo deseable sería que la biología no determinara el desempeño de los muchachos, sino que les fuera peor o mejor según cuánto estudian”, dice Tassino. La confirmación de que ese jet lag social influye en el rendimiento fue un aporte novedoso para nuestro país y para los principales estudios internacionales que solo habían analizado la educación sin turnos.
La lucha de los “búhos”
Algunos reportes consideran a la vespertinidad como un factor de riesgo para enfermedades cardiovasculares, consumo de sustancias, enfermedades metabólicas, adicciones, obesidad. Además de la disminución en el rendimiento, los “búhos” pueden desarrollar problemas en su funcionamiento, se pueden enfermar más y tener más accidentes. Esta relación no es directa, sino que se apoya en la desincronización, porque al estar tironeados por actividades temprano en la mañana, adquieren conductas poco saludables como tomar mucho café para despertarse o cenar demasiado tarde, entre otras.
“Creo que si la persona pudiera vivir alineada con sus preferencias no sería un inconveniente. Pero eso nos lleva a situaciones probablemente poco realistas, porque es difícil pensar en alguien muy vespertino que pueda desatender una consulta con el médico a las 8, elegir entrar a trabajar más tarde o no llevar a los hijos a la escuela. De todos modos, esto tampoco tiene que ser una alarma. El reloj es suficientemente capaz de ser plástico y entrenado para ubicarse en un lugar que no es exactamente el de sus preferencias innatas. Pero abusar de ese tironamiento lleva a ciertos problemas que se visualizan cuando se hace crónico. Entonces, hay evidencias suficientes para alertar cuál sería el buen funcionamiento del reloj, pero también hay evidencias, capaz que más fuertes, para visualizar cómo este reloj puede adaptarse a otras situaciones. Y en el medio, hay una cantidad de medidas o de políticas que se podrían tomar ahora que tenemos toda esta información”, dice Tassino. Entre ellas, estaría considerar el cronotipo de una persona antes de contratarla para un trabajo nocturno o demasiado temprano en la mañana, o tomar en cuenta esta condición a la hora de asignar turnos a los alumnos del liceo.
En conclusión, más allá de la plasticidad del reloj y de las obligaciones, es altamente recomendable que tanto uno individualmente como las instituciones y las empresas empiecen a contemplar estas preferencias de las personas para que puedan sentirse bien en lo social, en lo físico y puedan rendir al máximo de sus posibilidades, sin estar condicionados por su biología.
