Buscar la armonía, desde arriba
24 agosto 2022
Las fotos aéreas de Nacho Guani
Al volar sobre Uruguay se percibe la transformación productiva de los últimos años. Los dibujos de las plantaciones muestran una riqueza nueva, con líneas cuidadas que van hasta los bordes de los predios elegidos para plantar, fruto de la nueva tecnología en maquinaria. Los molinos de viento hacen levantar las cejas con su majestuosidad de día y las luces rojas en la noche. Desde arriba, se mantiene la belleza de los espejos de agua que se van iluminando con el sol, se ven más árboles, y es difícil elegir qué lugares son los más lindos para sobrevolar. Nacho Guani conoce nuestro país desde un ángulo al cual no todos acceden. Hace más de una década que se mueve por los distintos departamentos, conociendo todos los terrenos, primero en una combi, ahora en un motorhome, tomando fotos desde el aire, en sus primeras épocas desde avionetas y helicópteros, luego en parapente y más recientemente, con drones.
El amor por la fotografía surgió de niño. Lo primero que le llamó la atención fue el registro familiar que tenía su abuela materna: los álbumes de fotos y las filmaciones, prolijamente ordenados, con recuerdos de la familia reunida en el campo. A los siete años una tía le regaló una cámara que no funcionaba y él la usaba para mirar a través del lente, a encuadrar, un ejercicio con el que se reencontraría años después en el Foto Club Uruguayo. La confirmación de su pasión tal vez llegó el día que fue con sus padres a Paraguay y filmó todo el viaje. La edición rústica de ese video fue la semilla de su vocación.
Desde el principio se dio la combinación de registro fotográfico con viaje. Era adolescente y había que rebuscarse. “Mi primer medio de transporte fue la bicicleta”, recuerda. “Me tomaba un par de días y me iba por la interbalnearia hasta Punta del Este. Iba parando y haciendo fotos. Más adelante me compré una Vespa y viajé hasta Chile, solo. Crucé la cordillera. Conocí a un hombre que viajaba en bicicleta y me di cuenta de que lo mío no estaba tan mal”.
Rápidamente aprendió a ser autosuficiente. A los quince filmaba en cumpleaños. A los 19 años se aburrió y empezó a trabajar en publicidad. Conoció a directores interesantes como Leo Ricagni, entre otros, que alternan comerciales con proyectos de autor. Trabajó con Rodolfo Musitelli y aprendió a enfocar. Con las productoras viajó mucho pues hacía tráfico de películas. Un día voló a Nueva York a llevar el negativo de un comercial de Ford. Era un viaje de cuatro días pero se quedó un año y medio. Allí aprovechó para estudiar fotografía, trabajar y entender el medio. “Filmé casi 20 años publicidad”, cuenta. “Veía que se movía mucha plata en poco tiempo”.
De vuelta en Uruguay usó esos conocimientos para encontrar su sello con las imágenes desde el cielo. Sus primeras tomas fueron desde avionetas y helicópteros. Estuvo ocho años trabajando de este modo. Pero había problemas con los permisos y los pilotos muchas veces no querían andar sin puertas para que alguien sacara fotos. Era demasiado peligroso.
La solución se la dio su madre cuando le sugirió volar en parapente. Nacho se subió a este vehículo alado y lo primero que vio fue un ñandú en el nido con sus charabones. Después de hacer esa foto se fue a Buenos Aires a estudiar con un francés. En ese momento no se necesitaban muchos permisos para el parapente, podía despegar y aterrizar solo en el campo.
Al poco tiempo se le dio la oportunidad de comprar una combi. “Un día filmaron un comercial y usaron dos combis, una se usaba para persecuciones y se iba a destruir”, cuenta. “Esa me la quedé yo. Ahí ya era un rey. Podía llevar más equipos en la combi. Ese vehículo había sido una camioneta escolar que había llevado a chicos discapacitados. Encontré una cartita en la guantera donde le agradecían al chofer. Estuve ocho meses viajando por Uruguay, la gente me pedía que fuera por otros lados pero yo solo quería ir por Uruguay, mostrando el país desde arriba”.
Capturaba lo que le llamaba la atención en los lapsos de cuatro horas que se movía por el aire, mirando para abajo. Hacía su campamento un poco lejos del casco de las estancias. Siempre solo, siguiendo las rutinas del sol para captar los amaneceres y las sorpresas que pudieran surgir. Esperando la salida de la luna o las estrellas. Pasando frío en la combi, pero disfrutando de los momentos en los que podía volar, guiándose estrictamente por los pronósticos del tiempo. Cuando habla sobre su estilo de vida, Nacho Guani habla bajito, casi en susurro. Se percibe un espíritu solitario y afable, propio de alguien acostumbrado a vivir en contacto con la naturaleza.
Si bien el parapente tiene sus peligros, no ha tenido mayores inconvenientes. “Más allá del ganado que se me ha cruzado alguna vez al bajar o el hecho de quedar corto de pista de aterrizaje o cerca del agua, no he tenido problemas. El frío es bravo, cada 100 metros es un grado menos y vas a 1.000-1.500 metros de altura. Con los pájaros no pasa nada porque con las alas y el motor del parapente se asustan”. Ha volado cerca de molinos de viento, siempre con el cuidado de volar por delante. Si uno va por detrás de los molinos el exceso de viento desestabiliza el asiento y todo el parapente pierde equilibrio.
Nacho Guani ha vivido su pasión y se ha podido mantener económicamente vendiendo distintos productos fotográficos, muchos para bancos de imágenes, en su gran mayoría a la editorial Aguaclara. Hace, además, libros para estancias. La foto desde el aire en distintos momentos del ciclo productivo, imágenes del casco, de las plantaciones. Todo organizado en una cuidada edición con tapas de cuero y la marca del establecimiento.
La convivencia en el medio rural le permitió conocer distintas realidades como, por ejemplo, lo que sucede en las cocinas de campaña o los cambios de costumbres en los pueblos. Los bares o almacenes rurales donde no se ve más el caballo atado esperando al paisano, sino un área para las motos. El contacto con el pueblo lo motivó a acercar la imagen al medio rural, y casi sin darse cuenta comenzó a hacer perfomances con sus fotos. Los días más grises se instala en algún pueblito, busca una pared blanca y con un proyector muestra fotos de la costa, del mar, de playas. “Llevo el campo a la playa y la playa al campo”, comenta. “Capaz un niño se impresiona más por hacer sombras porque nunca vio una pantalla gigante que por las fotos en sí. En el interior no tienen cine, entonces al no haber pantalla tan grande creo que les llama mucho la atención.
Y así como la tecnología llegó a los pueblos, también él se fue adaptando a los cambios. Con la irrupción de los drones el parapente fue quedando obsoleto. Y como se dio con el pasaje de la fotografía analógica a la digital, hubo que cambiar el chip. Su encare autodidacta lo llevó a estudiar los tutoriales de YouTube, a entender cómo funcionaban los drones y animarse a usarlos. Coincidió también con la adquisición de un motorhome. Y así, la aventura fue transformándose en confort. Hoy día mantiene la rutina de levantarse muy temprano, hacer el trabajo con los drones, y en las horas muertas, en las que la luz está muy fuerte, aprovecha a editar fotos y hacer trabajos puntuales. Tiene marcas que lo apoyan y debe cumplir cuando le piden cosas.
En esas horas también Nacho Guani vive a su aire. Pesca en el curso de agua que tenga cerca, cocina con sus libros de recetas y los condimentos que trae de distintas partes del mundo. “Te da para inventar. En la ruta tengo cocineros amigos que visito, como el gordo Oyenard, en Punta Negra. Tengo también un cocinero amigo argentino, Sebastián Hermansson, que tiene una posada. Ellos cocinan; yo aprendo y filmo. Está bueno mezclar. También me gusta meterme en las cocinas de campaña y sugerir cosas”.