Bitácora española

16 febrero 2023

Antiguas librerías de Madrid

Al igual que con los comercios del turrón, en Madrid quedan muy pocas “librerías de viejo”. Si bien persisten algunas firmas como Casa Mira, 1880 o Vicens donde poder comprar los mejores pralinés de avellana o los cremosos de almendra, los libros antiguos exigen también una cierta búsqueda por la capital española para conseguir ejemplares raros, ciertas ediciones originales, o simplemente adquirir aquellas obras que hoy están agotadas. Sólo las llamadas librerías de viejo permiten cumplir ese deseo.

Apenas unas pocas, en el entorno de la Calle Mayor y cercanas al Palacio Real o bien algunas más alejadas -como la célebre Bardón- conforman el reducido testimonio de un comercio que parece en extinción. La última nombrada es una prestigiosa librería ubicada frente al Monasterio de las Reales Descalzas, que se asemeja más a un comercio de alhajas finas –como podría ser el caso de Cartier en su parisina sede de la Place Vandôme- o al de un excepcional chocolatier –como Godiva, en la Grand Place de Bruselas- que a una librería.

Librería Bardón

Bardón dispone su mercadería de una forma muy estudiada, destacando sus encuadernados en piel –término madrileño que me hace pensar más en el cuero humano que vacuno- bajo un orden único, singular, muy atractivo para bibliófilos. En esos estantes ordenados, los libros se exponen a la vista del peatón a través de una gran vidriera, invitándolo a observar desde la calle pero no necesariamente a entrar. Es que, en alguna medida, los libros de alto valor –son siempre libros antiguos- cada vez más requieren de lectores especiales, coleccionistas eruditos, consumidores cultos con cierto poder adquisitivo. Se trata de una clientela selecta, más próxima a las rara avis que a los lectores viejos y comunes. Bardón es, por tanto, muy diferente a las librerías que conocimos, donde el comprador revolvía en montañas de ejemplares acumulados, soñando encontrar un documento único; sobre todo, poder comprar por un precio muy inferior al real y obtener así un doble éxito: el del libro y el de la ganga. Pero en Bardón esto es muy difícil, porque su dueña conoce el mercado mejor que nadie y sabe el valor real de toda su mercadería. Por eso, su puerta está bajo el control de un timbre de seguridad, marcando la distancia entre el verdadero comprador y el que simplemente revisa y curiosea; o bien el que lee en el tiempo que dura su visita pero sin realizar compra alguna. Para esos no hay lugar en Bardón. Aunque a veces se establecen algunas interesantes conversaciones con otros compradores que están a la búsqueda de intereses comunes, nunca se generan verdaderas tertulias, como en las librerías de antes. Un antes que, en realidad, está muy cercano al ayer. El mundo de hoy no es de los grandes lectores ni de las famosas tertulias. Igualmente, yo no dejo de llegar hasta Bardón siempre que voy a Madrid.

Este año también visité Berceo, la librería de Mario Fernández, en la recoleta calle de Juan de Herrera, al N°6. Su charla amena y sus consejos de gran librero no tuvieron lugar esta vez porque, por su edad, Fernández ya no permanece todo el día en el local.

Librería Berceo

Una pena para mí fue el no encontrarlo cuando llegué. Apenas compré un pequeño libro de Miguel de Unamuno, titulado Paisajes, que comentaré en mi próxima columna radial. Pero sigo -al igual que el año pasado- sin decidirme a llevar el Viaje de España de Antonio Ponz, esperando a que baje un poco de precio. Volveré dentro de algunos días y veré que hago. Sé que la duda es mala compañera al momento de adquirir libros raros o escasos; lo sé, pero igual no me decido.

Madrid ha contado con otras librerías como la de Jiménez en la mismísima Calle Mayor. Increíblemente, allí compré algunos folletos y discursos raros sobre historia uruguaya que habían sido publicados -de manera inexplicable- en Madrid. Hoy, esta librería ha cerrado y, según me han dicho, su hijo continúa con la tradición de los libros antiguos. Que suerte y a la vez que extraño, porque además de gran lector debe ser un comprador de riesgo que apuesta a un negocio más que difícil. El encanto de los libros es, sin embargo, todopoderoso.

Pensando en Madrid no dejo de pensar, a su vez, en Montevideo. Muchas librerías de viejo han cerrado ya sus puertas, sobre todo en los últimos años, pero aún se mantienen algunas.  Vuelvo a pensar en nombres: Andrés Linardi, Álvaro Risso, Roberto Cataldo, todos héroes en vida. También me llega un gran recuerdo: el de Julio Möses.

Librería Rinaldi Risso

Escrito por:
William Rey Ashfield
William Rey Ashfield