
Bitácora española
16 abril 2025
San Baudelio en Soria

Interior de ermita
Visitar los campos de Soria recuerda, de manera inevitable, la poesía de Antonio Machado. No por lo “árida y fría” que es aquella tierra —la visité en pleno invierno—, ni tampoco por lo que es obvio: viajeros “en pardos borriquillos”, mujeres que “arrojan la semilla” con sus propias manos para producir y vivir, o los pastores de “luengas capas”, son todos actores que hoy ya no forman parte de su paisaje y en nada se parecen a los pobladores contemporáneos. Es más bien por una suerte de aroma, de sensación aérea, que se percibe en el contexto de aquella ruralia, tan bien transmitida por la buena poesía del sevillano. Cuando se llega hasta un lugar apartado de aquellos campos, como lo es la vieja ermita de San Baudelio, en Casillas de Berlanga, los rigores del lugar se multiplican por los efectos propios de la imaginación, pero también por impostergables preguntas: ¿cómo era posible, en el siglo XI, vivir en este paraje hostil, buscando como único cobijo la oscura cueva que hoy se halla detrás de la antesala policromada, única y excepcional, de esta ermita?
Empecemos por apreciar aquella arquitectura, intentando entenderla mejor, aun cuando nuestra mentalidad contemporánea no encuentre respuesta ni explicación suficiente a los propósitos reflexivos, espirituales y de oración que fueron propios de la vida eremítica.
En San Baudelio, dos cuerpos casi cúbicos se asocian para producir una unidad articulada, donde en una de sus partes, la más pequeña, se ubicaría el altar o presbiterio. En la otra, mayor en dimensiones de planta y altura, se concentra lo mejor del conjunto, tanto en términos constructivos, estructurales y espaciales como decorativos. Se trata de una arquitectura que, por fuera, se percibe maciza y opaca, predominando la piedra del muro. Solo una puerta —con un doble arco en herradura— y dos pequeñas aberturas en forma de raja lo horadan, aportando una tibia iluminación. Las cubiertas de ambos volúmenes son de teja, completando una austeridad exterior que produce un contraste tan fuerte con su interior, que al ingresar se impone el asombro.

Pilar cilíndrico nervado
Un enorme pilar cilíndrico recoge en su parte superior las nervaduras de una bóveda, adquiriendo la forma de siete arcos de herradura. Este pilar opera como gran sostén estructural y es el protagonista del espacio, a la manera de una gran palmera que nos habla de la tradición del paisaje andalusí y de la cultura visual del mundo árabe.
Pero el asombro también responde a la presencia de la contundente decoración mural, hoy algo desvirtuada por el retiro de varias pinturas originales durante el primer tercio del siglo XX, aun cuando este pequeño templo había sido ya integrado a la lista de monumentos nacionales[1]. Es una decoración muraria que acompaña el gusto mozárabe de la arquitectura que la contiene, reflejado en los arcos interiores con forma de herradura y en la matriz austera, maciza y contrastante del exterior.
Esa nave mayor contiene una suerte de balcón superior interno, al que puede accederse desde el exterior por una segunda puerta o bien por una escalera interior adosada a una de las paredes. Este balcón se apoya sobre arcos de herradura que descansan en pilares decorados y que forman cinco pequeñas naves abovedadas. Por debajo de las mismas se accede a la cueva eremítica, que posiblemente antecedió al templo del siglo XI.

Cueva dentro de ermita
Tal organización espacial y de planta, así como la presencia de la cueva, me hace pensar en la idea de una martyria: ¿cómo se vincula este santo de nombre Baudelio con el lugar? No lo sabemos, aunque se trata de un actor del siglo IV, que murió bajo duro martirio, en los tempranos tiempos del cristianismo. Quizá el programa iconográfico pueda arrojar más luz sobre esto.
El testero del edificio se organiza, en términos decorativos, de acuerdo con tres zonas claramente delimitadas. Una de ellas es la decoración de la zona baja, hoy desaparecida totalmente al instalarse allí un altar o retablo, posiblemente en el siglo XV. Le sigue la del llamado friso intermedio, que expondría, en principio, las figuras de San Baudelio y San Nicolás. Finalmente, y más arriba, se observan restos de un luneto semicircular que debió recoger la imagen del Cordero Místico. De ese círculo se percibe una cruz griega y, sobre él, se proyectan dos ángeles que sostienen la cruz, además de otras dos figuras.
Esta lógica de organización tripartita del discurso iconográfico se extiende en todo el interior de la ermita, tendiendo a establecer motivos decorativos u ornamentales en las partes bajas — ¿se sugiere la idea de cortinados en el espacio mayor?—, mientras que el segundo o intermedio recoge escenas de caza, y más arriba aparecen representaciones de la vida de Cristo y los santos.

Vista interior previo al retiro de pinturas
Las escenas de caza y animales —elefantes, camellos, osos— son particularmente llamativas e invitan a realizar otras preguntas: ¿cómo podrían conectar con el santo del siglo IV aquellos temas que también estuvieron presentes en el mundo antiguo y en la decoración de las arquitecturas residenciales y palaciegas del mundo romano, como las asociadas a la figura de Orfeo o bien a simples escenas de montería de algunos dioses del panteón pagano? Es verdad que lo mozárabe recogió gran parte de la tradición árabe en España, pero también lo hizo con la memoria visigótica y del mundo clásico antiguo, que aún permanecía viva. ¿Pudo entonces filtrarse algo de aquella tradición pagana en estas pinturas?

Cementerio anexo
Resta decir que, en vínculo con esta ermita, existió un importante monasterio, del que queda huella en una necrópolis aneja, ubicada detrás del ábside de esta pequeña construcción. ¿Cuánto permanecía en ese monasterio de la literatura y la cultura del mundo antiguo mediterráneo? No lo sabemos.
Luego de tanto observar y comentar este pequeño templo, decidimos irnos de aquel increíble y poco visitado sitio. Quedaban aún fuertes rastros de sol, y el cielo se mantenía bastante celeste, a pesar del invierno. La fuerza del ambiente rural me llevó nuevamente a la poesía que Machado recogió en Soria:
La vieja mira al campo, cual si oyera
pasos sobre la nieve. Nadie pasa.
Desierta la vecina carretera,
desierto el campo en torno de la casa.
[1] Un conjunto de especialistas italianos, expertos en entelado, extrajeron los frescos murales disponiéndolos sobre veintitrés lienzos que llegaron a los Estados Unidos en 1926. Esas piezas se repartieron entre los museos de Bellas Artes de Boston, Indianapolis y Cincinnati, donde aún se encuentran en su mayoría. Una parte más acotada de esas extracciones se ubica en el Museo del Prado. Las restantes son las que no se pudieron sacar del pequeño edificio de Casillas de Berlanga y que podemos apreciar hoy al visitarlo.
