Bitácora española

02 marzo 2023

Hilos del tiempo

Hacía mucho que quería visitar la Real Fábrica de Tapices de Madrid. Dos oportunidades frustradas sirvieron para confirmar que “la tercera es la vencida”.  Ingresar al interior de esos impresionantes muros de ladrillo y piedra, solo me fue permitido muy recientemente.

 

Real Fábrica de Tapices de Madrid. El ingreso.

 

Un paseo por aquellos talleres me llevó, indefectiblemente, a aquel cuadro de Velázquez llamado Las hilanderas, donde conviven un enorme tapiz con distinguidos visitantes al fondo y un espacio fabril en primer plano donde las artesanas se encuentran en plena tarea. Que impresionante esta atmósfera fabril que visito, aun cuando no se trate del mismo edificio velazqueño, es capaz de trasladarme a su tiempo. En realidad, la Real Fábrica es una iniciativa borbónica. Felipe V, primer rey de esa dinastía, fue quien la fundó en el siglo XVIII, es decir un siglo después de que el gran sevillano pintase su tela.

 

Las Hilanderas o la fábula de Aracne (1655-1660). Diego Velázquez.

 

Con una importante continuidad productiva a lo largo del tiempo, se ha mantenido gracias a nuevas y variadas tareas incorporadas, además de la lógica realización de tapices a pedido del Estado español o de particulares. Se desarrollan, desde tiempos más cercanos, otras tareas como la de restauración –tanto de tapices como de alfombras- para distintos museos del mundo siendo hoy la institución europea líder en materia de conservación de ese tipo de obras. Los propios franceses llevan sus antiguas verdures a restaurarse aquí, lo que es decir mucho, ya que su fábrica de famosos gobelinos aún está operativa. Finalmente, hay en esta fábrica española una tarea de guarda, a temperaturas y condiciones de humedad ambiente ideales, lo que permite brindar un servicio importante a distintas instituciones -nacionales y extranjeras- que no cuentan con depósitos para sus tejidos.

La permanencia del instrumental y de las propias técnicas, por más de trecientos años, le ha permitido a esta fábrica alcanzar el papel protagónico que hoy tiene, además de constituir un verdadero orgullo nacional por el significado artístico de lo que produce y protege, tanto como patrimonio material e inmaterial.

Casi al final de esta visita, en la que he permanecido muy atento, debo hacer un corte y separarme del grupo. El director de la fábrica me pide hablar aparte sobre un asunto atinente a Uruguay. Se trata de un presupuesto solicitado a este establecimiento para restaurar un tapiz que forma parte de nuestro acervo museístico. Un tapiz confeccionado precisamente ahí. Me refiero a esa magnífica pieza en hilos de seda cuyo motivo –otra vez Velázquez- es la Rendición de Breda y que está actualmente en el Palacio Taranco. Fuera de exposición desde hace ya varios años, el tapiz se mantiene enrollado, esperando ser restaurado sin mayor postergación. Es por tanto necesario que lo traslademos en breve a Madrid.

El tema me saca de ambiente y me vuelve, inevitablemente, a nuevas reflexiones sobre Uruguay. ¿Cuántos conocimientos hemos ido acumulando con el desarrollo de las artesanías propias?; pensemos sólo en la guasquería o en ciertos tipos de tejidos, producidos todos en nuestras áreas rurales. ¿Cuánto suma la experiencia de algunas fábricas que han operado durante más de 100 años en el país?; recordemos, por ejemplo, la industria molinera que todavía apela a sistemas de molienda propios del siglo XIX.  ¿Solemos pensar que el cierre de un establecimiento capaz de producir un último tipo de producto se llevará consigo un saber específico, difícil de recuperar en el futuro, aun cuando esa industria tenga mucho para decir en términos culturales y sociales?, ¿no podría repensarse ese fenómeno a partir de una clave turística, apelando a un rediseño funcional que tenga en cuenta  el factor cultural?

Una cosa es cierta; hay distancias importantes entre nuestra realidad y la europea, así como una diferencia en la masa crítica capaz de entender y apostar por ello. Tampoco es igual el tamaño del mercado turístico para sostenerlo. Pero es verdad también que si no se entiende que el turismo cultural es la gran apuesta del Uruguay futuro, nunca llegaremos a contar ni con la masa crítica fundamental ni con el volumen de turistas necesario para reservorios como este. Es indispensable entonces un cambio; un cambio de mirada.

La visita ha terminado pero, apurado, corro para ver un gran armatoste de madera que, diseñado en el siglo XIX, sirve para desempolvar tapices de gran tamaño. Hoy sigue funcionando a la perfección, tal como lo hace la Real Fábrica de Tapices de Madrid.

 

Máquina desempolvadora de tapices.

Escrito por:
William Rey Ashfield
William Rey Ashfield