
Ases del beat
30 diciembre 2021
El rock y la movida beat en el Uruguay de los 60
Pocas décadas del siglo XX generan tanto interés y fascinación como la del 60. La píldora anticonceptiva, la popularización de la radio a transistores y la TV, la minifalda, los hippies, el Che, Vietnam, la Crisis de los Misiles, el Mayo Francés y la bandera de Armstrong clavada en la Luna. Beatles y Rolling Stones. En Uruguay comenzaba un tiempo de crisis política, despuntaba el “canto popular” de la mano de, entre otros, Alfredo Zitarrosa y Los Olimareños, y era el auge de Rosa Luna. Idea Vilariño publicaba Pobre mundo, y Juan Carlos Onetti El astillero y Juntacadáveres.
Lo cierto es que aquella fue una década que duró lo que todas, pero sucedieron tantas cosas que la muestran inabarcable. El rock & roll estadounidense había pasado de moda. Sus máximos exponentes estaban muertos, vivían el ostracismo o convertían sus repertorios en aptos para todo público. En Liverpool, jovencitos ávidos por conocer qué era de sus ídolos, intercambiaban monedas por discos traídos del otro lado del Atlántico. Cinco chiquilines crecidos cerca del río Mersey formaron un grupo que, con una deserción y un reemplazo poco amigable, se convirtió en The Beatles, y luego nada fue igual que antes.
En ambas orillas del Río de la Plata, pasado el furor del rock & roll, la música siguió sonando, y las nuevas generaciones no querían quedarse afuera. Para Julio Montero, bajista de Los Mockers, banda referente de esa nueva ola, hay que considerar a los 60 en varias etapas. “Al principio escuchábamos a los mexicanos Teen Tops, y algunas músicas en inglés como Brenda Lee, The Platters, Frankie Lane y 16 Tons. Esa música era apreciada por los estudiantes, pero los jóvenes en general se inclinaba por la música tropical, y acudía a escuchar y bailar al Palacio Peñarol, el Club Colón y otros lugares”.

Caricatura realizada por Gaucher publicada en el suplemento dominical de El País, 1967.
Por entonces, con la popularización de la Spica, la radio salió del living, y los adolescentes podían pasar largas horas recorriendo el dial en busca de ese sonido que los electrizaba como ningún otro. “Las radios que difundían el rock y tenían programas especializados eran Sarandí, con Elías Turubich, Oscar De León y Carlos Martins, y Centenario, que irradiaba rock y Beach Boys. Radio Imparcial tenía un programa difundiendo a Los Teen Tops, y Radio Independencia, gracias a los hijos de sus dueños, Berch y Aram Rupenian, pasó a difundir música de habla inglesa. Ellos fueron los que impusieron a Los Mockers en Uruguay”, recuerda Montero.
A esos nombres hay que agregar los de Gastón Ciarlo, “Dino”, que puso el hombro desde Radio Ariel, y el de Rubén Castillo, desde Discodromo Show, en Radio Sarandí y luego también en Canal 12. Un día, a principios de 1963, llegaban desde Paysandú, para actuar en ese programa televisivo, Los Blue Kings, un grupo que transitaba el surf rock, con un sonido afilado de guitarras con vibrato y abundante en reverberación, que más tarde se harían gigantes, del otro lado del Plata, con el mote de Los Iracundos. La mecha estaba encendida.
Break it all
A mediados de los 60 “había más de un grupo por cuadra”, dice Julio Pelossi, reputado técnico de grabación. Claro que antes había sucedido lo que en casi todo el planeta: The Beatles. “Del 64 en adelante se formaron muchos grupos, como Los Shakers, Los Mockers, Los Blue Kings, Los Delfines, Los Knacks, Los Malditos, Los Epsilons, Los Gatos, el grupo de chicas Blue Stars y muchos más”, apunta Montero.
A partir de The Beatles, la movida fue bautizada como beat, más allá de las influencias de cada uno de los artistas —Los Shakers, Los Knacks y Los Malditos eran “beatleros”, Los Mockers abrevaban en el rythm & blues de corte Stone, y Los Delfines podían sonar a The Animals— aunque algunos músicos y parte del público se autodefiniera como rockeros, como señala Montero.
Según Guilherme de Alencar Pinto, “en Uruguay la palabra beat tuvo un empleo especialmente generalizado en el ambiente musical. Decíase ‘música beat’ al rock de entonces. El término ‘rock’ tardaría en arraigarse, y ‘rock and roll’ designaba un baile más, de los muchos que habían entrado y pasado de moda […] y que no era visto propiamente como de la primera línea del momento”.
Así, por ejemplo, convivían Los Mockers y el Sexteto Electrónico Moderno, un grupo que “entró a la movida beat sin ser del todo un grupo beat, es decir, sin estar influenciado por los Beatles y los Rolling Stones”, opina Andrés Torrón. Para Montero, por ejemplo, el Sexteto no tenía nada que ver con las demandas de su público. “Mi padre me decía ‘¿Ves la música buena que hacen estos chicos?’ Pues si le gustaban a mi padre, podría decirse que de rock no tenían nada. La movida era partidaria del rock y del beat. Estos chicos tocaban con mucha limpieza, pero carecían de fuerza y entusiasmo, que era lo que pedía la juventud”.
A esa movida le costaba encontrar lugares donde expresarse. Todavía no existían las discotecas, y el público se acercaba a la música en fiestas, cumpleaños, bailes de clubes y boites. No es raro, entonces, que los primeros pasos “masivos” de las bandas más importantes de esta movida, Los Shakers y Los Mockers, se dieran en Punta del Este, epicentro de cierta bohemia snob rioplatense. De todas formas, algunos se daban maña para crear lugares de comunión beat, y a mediados de la década, Dino “inventa” La Cueva del Gato Maldito, un lugar en el que tocaba todo aquel que se acercara con una propuesta novedosa. “En 1965 comenzaron a funcionar los locales que llamábamos cuevas. Allí sí iban los chicos a ver y escuchar a los grupos de rock”, refuerza Montero.
Otro gran problema para los jóvenes era hacerse de los discos que querían escuchar. “Para obtener un LP reciente, ya fuera inglés o americano, la solución era que alguien que viajara te lo trajera. Nosotros, si bien conocíamos a los Stones en 1965, logramos empaparnos de su estilo en el 66, cuando una amiga le pidió a su padre que le trajera un disco de Estados Unidos, y nos lo prestó por un buen tiempo”, dice Montero.
El asunto era todavía más complicado para los noveles artistas a la hora de grabar sus canciones. Montero explica que, “los únicos estudios de grabación eran los de Sondor. Odeon, RCA Víctor y CBS grababan a sus artistas en Buenos Aires, y llegaban, a veces mucho más tarde, a Montevideo”. “A comienzos de 1965, la industria fonográfica nacional ignora completamente la existencia del movimiento rockero uruguayo. Es en ese momento que Dino […] logra convencer al administrador de Radio Ariel para que dicha radio abra sus puertas a todas las bandas que se sientan con inquietudes y con ánimo de realizar una grabación promocional”. Esa, claro, no era la única opción. Los Shakers, Los Mockers y Los Épsilons accedieron a grabar en Argentina, y otros, como Les Renards, batieron el récord de tocar 65 horas y 45 minutos sin interrupciones para que la RCA les financiara un LP.

Leñador Solitario, 1968.
Make up your mind
Al principio de la movida beat, los jóvenes lucían más o menos como sus padres, pero la influencia de la estética beatle hizo lo suyo. “Nunca nos preocupamos por la vestimenta. En aquella época, solo con tener el pelo largo, bastaba. Eso solo ya provocaba”, cuenta Montero.
Miguel Mattos, bajista de Los Malditos, recuerda: “Teníamos los sacos con cuellito Mao […] Unas botas con unos tacos que no podíamos ni caminar. […] El único que tenía el pelo corto era yo.” El pelo largo, de todas maneras, no era, todavía, tan resistido en Uruguay. Más allá de que quien lo luciera pudiera ser tildado de “maricón”, con toda la carga semántica que la palabra pudiera tener más de medio siglo atrás, la sociedad uruguaya era, todavía, más liberal que la de la vecina orilla. “En esos años, ni la policía te molestaba. En Buenos Aires las cosas eran distintas”, dice Montero.
Baste agregar, si no, esta publicación del porteño diario La Razón, de 1965: “Además de ser músicos (Los Shakers), las melenas que lucen son auténticas… […] Al preguntárseles si no tienen problemas cuando andan por la calle […], Caio [Vila, baterista], muy tranquilo, contesta: ‘El problema se lo hace la gente, nosotros no’.”
Todavía faltaba un tiempo para que el pelo largo, el jean o la simple ruptura con los cánones pasara a ser sinónimo de “degeneración”. Más aún, la movida beat de los 60, con sus salvedades, no tenía que ver con el exceso. “Éramos como los Stones, pero en negativo”, bromea Montero. “Siempre cosas sanas. Por suerte no jodíamos con drogas, ni nada”, dice Hugo Fattoruso, de Los Shakers. Dino, apunta que en esa época no tomaban alcohol, y Mattos recuerda que, en La Cueva del Gato Maldito, “pusieron un mostradorcito de Coca-Cola y un primus, una olla y frankfuters.”
Suena blanca espuma
Hacia 1968, los tiempos estaban cambiando. En varios puntos del planeta se enarbolaban banderas revolucionarias, acicateadas a ambos lados de la Cortina de Hierro. The Beatles comenzaban a despedirse, vendría el Verano del Amor y su inevitable otoño. En Uruguay había agitación y desorden. La prensa ya no mencionaba a los simpáticos jovencitos beats, y en cambio se hablaba de tupamaros, Medidas Prontas de Seguridad y congelamiento de precios y salarios.
Con Los Shakers y Los Mockers desilusionados y desintegrados, soplaban otros vientos. Ya no se cantaría más en inglés, los músicos comenzarían a tomar elementos de la cultura local, como la milonga y el candombe, y el cuello Mao cedería terreno a la camisa de colores y los collares voluminosos.
Eran tiempos de la Protesta Beat, que tuvo su apogeo con las Musicaciones, apadrinadas por Horacio “Corto” Buscaglia. “En los primeros años de los 60, lo nuestro era la música y ni siquiera sabíamos qué era el Estado. A fines de los 60 la policía sí actuaba en nuestra contra, pero en el caso de Los Mockers, no nos molestaban por el contenido de nuestras letras, porque no se entendían, eran en inglés y el establishment nos aplaudía, ignorando que éramos parte de un cambio cultural que estaba en desacuerdo con su sistema”. Ese cambio cultural duró hasta que la dictadura lo asfixiara a fuerza de represión y escasez laboral. Sin embargo, sus frutos perviven hasta hoy, y esa es otra maravillosa historia a ser contada las veces que sea necesario.
