
Archivos Abiertos
12 enero 2021
La Columna
Posiblemente los bienes que más tempranamente adquirieron valor, sentido y protección patrimonial en Uruguay, fueron los archivos documentales.
Desde los primeros tiempos republicanos, los archivos aportaron información fundamental – archivos coloniales, del período artiguista y de la dominación luso-brasilera -para la gestión y la administración del país. Por eso, su importancia fue, al menos inicialmente, operativa, más que testimonial.
Sin embargo, rápidamente los archivos fueron adquiriendo también un valor histórico para investigadores que vieron en ellos una fuente excepcional de datos y vías de acceso a hechos del pasado. La historia de la nación comenzó, de hecho, en gran medida en virtud de tales fuentes documentales.
Ya en la primera mitad del siglo XIX podemos encontrar importantes archivos privados, como el de Pedro de Angelis – formado en Buenos Aires, pero que terminaría en Brasil – o el de Andrés Lamas – fundamental figura del período que fue, a su vez, un singular coleccionista de objetos y bienes artísticos – cuyo archivo es, sin duda, una fuente de enorme relevancia para el estudio de la historia. Así, es gracias al esfuerzo de ciertas figuras de la vida política que se reúnen, salvaguardan y concentran los bienes documentales que luego serán la base de los futuros archivos nacionales.
Pero los archivos no son simples colecciones de documentos y reservorios de información pura y dura, aún cuando esta sea la mirada que prima en general a su respecto. Si bien los archivos son fuente fundamental para la investigación, es necesario comprender que su aporte a la sociedad va mucho más allá de esto. Los archivos condensan cartas, documentos, escritos de naturaleza variada – notariales títulos de propiedad, textos jurídicos, etc. – pero también múltiples objetos de interés, como es el caso de la fotografía.
Éstos objetos no dejan de tener una gran carga de información, pero tienen, a su vez, otros significados y valores. Por ejemplo: valores estéticos, valores afectivos y valores de interés sociológico. En este sentido, los archivos cuentan con un acervo muy significativo, capaz de ser socializado y divulgado a partir de exposiciones.
Un archivo no es exclusivamente aquel lugar silencioso, donde personas serias analizan detenida y cuidadosamente documentos extraños. Un archivo es una memoria viva y tiene, o debería tener, una vocación expositiva y de divulgación. Por este motivo en Europa, por ejemplo, las grandes organizaciones archivísticas – como es el caso del Archivo General de las Indias, en Sevilla – son verdaderos polos culturales y epicentros activos de muestras y exposiciones, combinando material impreso con otros de interés pictórico cartográfico, fotográfico, etc.
En Uruguay, los archivos comenzaron a adquirir vida hace ya algún tiempo. El antiguo archivo fotográfico de la Intendencia de Montevideo, por ejemplo, se ha transformado hoy en el Centro de Fotografía, con una amplia performance no solo en su edificio de la calle 18 de Julio, sino también con actividades en diferentes espacios de la ciudad. Me refiero a las fotogalerías a cielo abierto, que sirven de soporte para la exhibición del material del acervo en diversos barrios de Montevideo.
La Plaza Cagancha, 1880
Foto del Archivo General de la Imagen y la Palabra
La reciente apertura de la sala de exposiciones del Archivo Nacional de la Imagen y la Palabra (ANIP) augura un fortalecimiento de esta tendencia. Sería deseable que otro archivos siguieran esta ruta, como es el caso del archivo General de la Nación, que, si bien tiene importantes antecedentes en materia de publicaciones, posee escasa experiencia en términos de exposiciones y divulgación visual.
Como ha dicho Marc Bloch: Los documentos y la información son como un testigo: habla sólo si se les interroga.
La sección «La Columna» de nuestro Blog tiene como punto de partida
el espacio homónimo, a cargo de Willy Rey, en el programa Paisaje Ciudad.
